En los tangos de Le Pera el paso del tiempo se representa en relación, por un lado, con el movimiento (mediante una construcción metafórica); por otro lado, en un vínculo con lo subjetivo-emotivo, que atraviesa una percepción del tiempo como un transcurrir fugaz, ligado a la felicidad vivida, o como duración eterna del dolor en el presente. Así, encontramos los siguientes ejemplos: “tiempo viejo / caravana / fugitiva ¿dónde estás?” en “Recuerdo Malevo”, frente a “en mi larga noche el minutero muele / la pesadilla de su lento tic-tac”, “las horas que agonizan se niegan a pasar” y “caravana interminable”, en “Soledad”.
El pasado se construye como el lugar de la dicha perdida (“Florido tiempo que añoro” se dice en “Recuerdo Malevo”) frente a un presente inmóvil de sufrimiento y de decadencia, tal como aparece en algunas imágenes del tango “Volver” respecto de la apariencia física del hombre y en la metáfora espacial de “el venirse para abajo / derrotado y para viejo” en “Me da pena confesarlo”, donde el presente de la vejez es el abajo y la juventud es el arriba, metáfora que implica una valoración jerárquica de esos términos. Esta metáfora ocupa un lugar de privilegio en el título del tango “Cuesta abajo” y se reitera en su letra: “Ahora, triste en la pendiente / Solitario y ya vencido”. La vida, en los tangos de Le Pera, se concibe, mediante un uso reiterado de la metáfora del “camino”, como un recorrido guiado por cierto “destino”; es un camino a sufrir, un descenso hacia la muerte (el abajo literal del cuerpo enterrado en la tierra), opuesto a la inaccesible salvación, que siguiendo la metáfora del descenso ligada a la muerte y la repetición del término “condena” en los tangos de Le Pera, podemos pensar como el arriba, el cielo, no solo después de la muerte, sino también como el amor de juventud que no termina en separación dramática y posterior nostalgia. En la construcción del tiempo también se hace uso de campos semánticos opuestos (lo luminoso y lo oscuro), donde la mujer amada (y aquello que la rodea) en el pasado se representa como una luz y aquello que la rodea brilla, es colorido, etc., mientras que en el presente, debido a su ausencia, quien canta (y sufre) está rodeado por sombras, como en “Arrabal amargo”. En ese mismo sentido, se advierte la contraposición de lo primaveral frente a lo invernal (primavera + luminosidad = pasado del amor vs. invierno y oscuridad = presente eterno del dolor). Un ejemplo de este uso se destaca en el título del tango “Caminito soleado”, donde se conjuga el tiempo pasado del amor con un recorrido por un espacio “florido y soleado”. Título y letra de tango que se oponen en ese sentido a “Volver”: se vuelve en el presente a la luz de las estrellas, “con la frente marchita / las nieves del tiempo / platearon mi sien”, imágenes y metáforas que expresan tanto el paso del tiempo como la oscuridad y el frío del alma, el dolor. Si en los relatos que narran los tangos la salvación no es posible, como se ha mencionado, es en la construcción (y en la autorreferencia) del tango mismo y de quien canta, donde se conjura el dolor del presente debido a la pérdida en el pasado; el tango, en “El carillón de La Merced”, representado como “la voz de mi andar”, como un canto que “rueda” y donde el yo que canta es un “viajero incurable” que no sabe dónde morir (y en ese sentido, como una voz infinita), se construye como una forma de transitar tiempos y espacios de felicidad y tristeza desde el presente eterno del canto/enunciación (que no concluye, dada la posibilidad de la repetición de la escucha). Por esa posibilidad, el tango puede considerarse, como dice Le Pera, un “milagro peregrino”, una voz y un espacio que permite escapar al destino, a la condena, y acceder a la salvación que se le niega al personaje protagonista de las letras de tango.
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